Esta semana una sola noticia ha estado repitiendose en mi cabeza: la muerte de Tolo Calafat en el Annapurna. Y es que de nuevo uno de los ocho miles más mortiferos (4 de cada 10 fallecen aquí) se ha cobrado otra víctima.Siempre he sido un entusiasta del senderismo y del montañismo, desde mi adolescencia cuando nos escapabamos del colegio para subir a la montaña. Los ocho miles siempre me han sorprendido y aunque no se si tengo ni la valentía ni las condiciones para algún día subir a uno, (aunque no puedo negar que me hace ilusión) admiro de enorme manera a todos y cada uno de los que han logrado hacer cima en estas imponentes montañas nevadas. Ver el mundo desde esa altura es un privilegio que solo han tenido unos pocos y de verdad tiene que ser increible. Yo lo he visto a un poco menos de la mitad y ya es para alucinar.
Por estas razones, cada vez que muere alguno me pega, me pega mucho porque piensas por un lado esta gente se juega la vida escalando estas montañas, lo hace consciente de todos los riesgos que asumen. Y a sabiendas que al final si algo te pasa, probablemente te tendrás que quedar solo porque a esas alturas y con esas nevadas, intentar no dejar a nadie detrás puede significar que no sea sólo uno el que muera, sino que se mueran todos. Sumado a esto, también es muy probable que tu última morada sea la montaña por lo dificultoso que suelen ser las labores de rescate de los cuerpos y que con solo pasar a la interperie una noche significa que probablemente quedaras sepultado bajo la nieve. Pero como dice el dicho, el mundo es solo de los que se atreven y todo sestos alpinistas se atreven y muy probablemente no pensaran en esto cuando se enfrentan al titán a conquistar.
Ya se que Calafat no será el último pero desde aqui me gustaría elevar mi reflexión por el descanso de todos aquellis fallecidos a manos de un ocho mil...
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